Abstract
Pensados como escenarios de trámite, como rutas que conectan dos puntos o simplemente como trasfondo, los caminos evocan una estabilidad tal que permiten darlos por sentado. Algo similar ocurre con el caminar, que puede ser entendido como un acto de locomoción, un paseo a bordo del propio cuerpo con el que se salva la distancia entre un origen y un destino. Sin embargo, las indagaciones antropológicas sobre la materialidad de las superficies y de los cálculos que las soportan —políticos, técnicos, económicos, etc.— han mostrado que los caminos, o específicamente las carreteras —roads—, no sólo son espacios de trámite entre dos lugares, sino infraestructuras con capacidad de producirlos (Dalakoglou y Harvey, 2012; Harvey, 2012; Harvey y Knox, 2015). De forma similar, en las últimas décadas han habido elaboraciones antropológicas sobre el caminar como un acto complejo en el que se conoce el mundo (Ingold, 2004, 2010); es decir, una práctica por medio de la cual se crea al caminante (Ingold, 2007; Ingold y Vergunst, 2008; Szakolczai y Horvath, 2018). Para nuestro interés, la producción del etnógrafo como un interlocutor pedestre (Hall y Smith, 2013, 2016; Pink, 2007, 2008; Smith, 2019) que afecta y es afectado por el contexto en el que trabaja. Algo que resulta capital si queremos tener presentes los cuestionamientos a las coordenadas espaciales (Ferguson y Gupta, 1997, 2008) y temporales (Fabian, 1983) con las que se ha entendido el “campo” de las prácticasetnográficas y de las antropologías (Krotz, 1993; Lins-Ribeiro y Escobar, 2008; Restrepo, 2012)
Cited by
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