Abstract
En la última novela de Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigismunda, a partir de los múltiples retratos de Auristela se plantea una reflexión sobre el retrato que atiende a la tensión entre dos aspectos aparentemente irreconciliables: por una parte la vitalidad de un objeto con una capacidad inusitada para ejercer un poder inexplicable en aquellos que lo contemplan y, por otro, el retrato como parte de la herencia neoplatónica en cuanto a la ideación de la dama que resulta del tópico del retrato interior grabado en el alma del amante y su confrontación con el retrato físico. En el Persiles, los retratos de Auristela a menudo funcionan como entes autónomos independientes de su modelo, cuestionándose la lógica de la referencialidad. Así, al llevar a extremos casi insostenibles los presupuestos del neoplatonismo y sacarlos de su ámbito natural, la poesía lírica, Cervantes revela en sus páginas en prosa la banalidad imposible del culto a la dama mediante una idealización inasequible a la realidad. Con esto, de forma tangencial, se está también haciendo un comentario sobre el inconmensurable poder de la imagen religiosa en la España de la Contrarreforma.