Abstract
En la sociedad uruguaya, que se imagina como un país sin indios, el surgimiento de grupos activistas que se autoadscriben como indígenas (o de ascendencia indígena) ha provocado un amplio espectro de reacciones que van desde la burla hasta la ira. La administración estatal y algunos de los antropólogos más venerados (entre los cuales se encuentran Daniel Vidart y Renzo Pi Hugarte), así como el público en general, se muestran reacios a reconocer la legitimidad de sus reclamos. Esta negativa tiene graves consecuencias jurídicas en un país que no cuenta con un marco legal específico para tratar cuestiones relacionadas con los pueblos originarios, ya que no ha ratificado el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) —el marco jurídico sobre los derechos de los pueblos indígenas más importante en el ámbito internacional debido a su carácter vinculante para los Estados que lo ratifican—. En este artículo, discuto la pertinencia de los estudios coloniales para la comprensión de algunos procesos históricos en el Cono Sur. También intento arrojar algo de luz sobre el caso de Uruguay a través del análisis de la noción marxista de acumulación primitiva, que explica el proceso de despojo que sufrieron los diversos grupos indígenas que poblaron el territorio antes de la llegada de los colonos europeos. Con suerte, el análisis permitirá comprender las reacciones —a veces airadas y violentas— de la sociedad uruguaya, ante la reemergencia de colectivos indígenas en un país donde se pensaba que se encontraban extintos. La reaparición charrúa en la arena pública pone en duda la legitimidad de la posesión de la tierra tanto por parte del Estado como de sus habitantes.
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