Abstract
En los últimos tiempos se están intensificando las migraciones internacionales en todas las direcciones, sus movimientos se han convertido en un auténtico reto para la comunidad internacional. La conversión de unas sociedades homogéneas en unas sociedades heterogéneas es un cambio que está costando aceptar, lo que provoca un sentimiento negativo hacia las nuevas personas y sus culturas. El aumento del racismo y de la xenofobia es algo que llama sumamente la atención a todos los que se interesan por la temática migratoria. Las sociedades, con poca tradición democrática y poco contenido cívico, fueron siempre los puntos que inquietan a los defensores de los derechos humanos y de las entidades que luchan contra el racismo y la xenofobia. En estos países las personas se sienten desamparadas y desprotegidas frente a la violencia y el odio con todos sus colores. En los países con tradición democrática, las instituciones ofrecen a las personas foráneas, culturalmente diferentes, unas ciertas garantías institucionales que les permiten alzar sus voces y defenderse frente a sus agresores. Curiosa paradoja es la que encontramos, actualmente, en países con alta tradición democrática donde se está generando un racismo institucional que usa la democracia como pretexto para extender su odio contra todo lo diferente. El aumento de los discursos racistas de muchos partidos políticos y de sus líderes es algo inaudito en las democracias tradicionales. La mala gestión de sus contenidos sería capaz de romper la convivencia social de los pueblos, sobre todo en aquellas sociedades heterogéneas con pluralidad de ingredientes culturales y raciales.
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