Abstract
La comunicación política, según subraya la investigación contemporánea en ciencias humanas y sociales, siempre ha combinado una vertiente racional y otra emotiva. Sin embargo, el «habitus emocional» contemporáneo muestra cada vez más evidencias de que el debate racional y los datos o hechos probados quedan postergados o deslegitimados ante la primacía de los componentes emotivo-sentimentales del discurso político y la escenificación política actuales. El pensamiento postmoderno, con sus tres oleadas sucesivas de radicalización, ha logrado capilarizarse en las sociedades democráticas occidentales hasta constituir un «capitalismo emocional» que tiraniza buena parte de las discusiones públicas, las acciones de los gobernantes y las estrategias de las campañas políticas. Los excesos del sentimentalismo político son aplicados sobre todo por los movimientos populistas, pero el márketing político ofrece esas estrategias a cualquier actor social, con consecuencias a menudo dañinas para la democracia. A partir de estos aspectos el artículo desarrolla una fundamentación teórica en la línea de la denominación de «Democracia Sentimental», propuesta por otros autores. Ella se ilustra mediante una serie de casos de la comunicación política reciente (apelaciones sentimentales de presidentes de gobierno y otros dirigentes políticos, escenificaciones sensacionalistas en el Congreso de Diputados, procesos judiciales de Eduardo Zaplana y Juana Rivas, etc.). Como conclusión se plantea que la defensa de la racionalidad democrática y de sus instituciones de equilibrio requiere incorporar también dosis eficientes de emotividad para sostener la afección de los ciudadanos a la coherencia lógica de las propuestas y la prevalencia de los datos probados frente a las ensoñaciones.