Abstract
Las políticas policiales del franquismo suelen analizarse en términos de continuidad y refuerzo represivo. Eso ha llevado a malinterpretar iniciativas y episodios concretos. Este artículo analiza las reformas policiales de Tomás Garicano Goñi desde el ministerio de Gobernación (1968-1973), sus propósitos, realizaciones y limitaciones. La lógica que presidió los cambios fue reducir la violencia más aparatosa, en especial las muertes de manifestantes, por medio de nuevas unidades antidisturbios en el seno de la Policía Armada y la exigencia de la policía en refrenar el uso de armas de fuego. A estas políticas se opusieron sectores ultras que acusaban de «blando» al ministro. La búsqueda de la reducción de los costes de la represión, empero, convergía con un afán de profesionalización de muchos escalones del aparato policial, que así aumentaba también sus recursos, responsabilidad específica y autonomía. El legado fue una policía antidisturbios rejuvenecida y modernizada que se reveló un valioso recurso durante la transición.